Las alumnas del curso de Asesoría de Imagen reflexionan sobre una de las dualidades más importantes de la imagen personal: ¿elegancia o estilo?
Rebeca Vallbona
Como tantos otros términos al “estilo” y a la “elegancia” a menudo se les atribuye significados distintos, unos más acertados que otros tanto en la teoría como en la práctica.
La RAE define “elegante” como “aquella persona que tiene buen gusto y distinción para vestir”. Una definición más bien limitada, que podría adaptarse más a la idea de estilo que a la propia elegancia. Bien, veamos pues que son exactamente estos dos conceptos. El estilo, comprende desde la forma de vestir, pasando por el maquillaje y la peluquería hasta la higiene personal. Digamos que se asocia a la apariencia estética de una persona. A partir de aquí, surge una pregunta: ¿toda la importancia de la imagen externa recae sobre el estilo? Coco Chanel nos contestó sin premeditación a esta pregunta; como bien dijo en su día la diseñadora: “No es la apariencia, es la esencia. No es el dinero, es la educación. No es la ropa, es la clase”. E aquí tres grandes aliados de la elegancia: La esencia, la educación y la clase.
Muchos personajes históricos nos dan ejemplo sobre estilo y elegancia. Margaret Thatcher conocida como “The Iron Lady” por su fuerte personalidad, de porte conservador y estilo acorde a su apodo. Le identificaron los trajes de dos piezas en su color predilecto: el azul, que complementaba con perlas en collares y pendientes. Representaba tanto interior como exteriormente una imagen fuerte y femenina, negociadora y poderosa que podía defender cualquier situación política de relevancia mundial. Un icono de la elegancia masculina clásica, Cary Grant. Caracterizado por su atención a los detalles, su saber estar, su atractivo y refinado lenguaje corporal y por su simpatía. Nos demuestra que la elegancia clásica no carece de vitalidad y jovialidad. Más allá de la caballerosidad y el atractivo, recordamos a Martin Luther King, pastor estadounidense y activista a favor de los derechos de los afroamericanos. No resaltó especialmente por su estilo, sino por su elegancia, la serenidad en su forma de comunicar que impregnó algunos de los discursos más famosos de la historia, y su decente y adecuada forma de transmitir unos valores tan importantes a través de una desobediencia civil que a pesar de ser algo que más de uno consideraría políticamente incorrecto, consiguió grandes cosas. Lady Di, Audrey Hepburn, Frank Sinatra e incluso George Clooney son ejemplos que no podemos olvidar.
Es así como se manifiesta el estilo y la elegancia, la riqueza exterior e interior que proyectamos al mundo, a aquellos que nos rodean. Las personalidades que he mencionado son diferentes en esencia pero tienen un punto en común: la seguridad en sí mismos. Es importante saber que ser nosotros mismos será el primer paso, no podemos pretender ser estilosos ni elegantes si primero no somos cómplices de nuestra personalidad y aceptamos tanto nuestros defectos como nuestras cualidades. Cuando hayamos conseguido esta paz personal estaremos preparados para acentuar o corregir cualquier aspecto que forme parte de nosotros.
Así, nuestro estilo, la imagen personal que proyectamos, hablará por sí sola. Podremos ser creativos, divertidos, seductores, dramáticos, risueños, introvertidos, pensativos, pero cualquiera de estos atributos se sostendrá sobre una base de autenticidad y sinceridad. Ante nuestra pregunta inicial sobre si la importancia de nuestra imagen recae sobre el estilo, yo respondería con palabras de Alexander Wang: “Cualquiera puede arreglarse y tener mucho glamour, pero lo más interesante es el modo en que la gente se viste en sus días libres”.
Escrito por Rebeca Vallbona
Estudiante de CFGS Asesoría de Imagen Personal y Corporativa en Thuya Escuela
Yaiza Verjano
“Son las 21:00 y andas por tu habitación rebuscando el par de tu tacón que perdiste después de la última noche de fiesta. Es tarde y aún tienes el pelo húmedo y vas en ropa interior tratándote de poner las medias, mientras al fin consigues encontrar el otro par. Has quedado con tu amiga estrictamente a las 21:50 en la puerta del hotel y estrictamente porque se trata de una fiesta de gente de alto copete dónde acuden las personas más influyentes de la ciudad. Llega el momento de vestirse y le quitas la etiqueta a tu mono negro de seda y encaje de Oysho el cuál te ha costado 14,99€ que te compraste en rebajas. En ese momento te surgen algunas dudas pero llegas tarde y sin más te lo pones. Te echas el abrigo encima y te dispones a coger el taxi.
Cuando estás llegando al hotel ves a la gente salir de sus coches, mujeres con grandes abrigos de piel y hombres trajeados dirigiéndose a la fiesta. Tu amiga ha podido conseguir unas invitaciones porque ahora está saliendo con el encargado de el servicio de catering, (lógicamente una estudiante/reponedora de un súper a tiempo parcial no puede permitirse el lujo de acudir a este tipo de fiestas normalmente), te diriges a tu amiga que habla con su pareja y ambos te reciben con un asombroso abrir de ojos acompañado de un: “Guau, ¡Estás espectacular!” no le das más importancia que la de un piropo dicho de tu propia mejor amiga, hasta que en un abrir y cerrar de ojos te ves a la mitad de la fiesta, rodeada de un grupo de gente de lo más “glamourosa” charlando de las últimas tendencias y de sus costosas compras al vestirse para la ocasión. Cuando de repente sus miradas se vuelcan completamente en tí y entablando conversación acaban preguntándote dónde te has comprado ese fabuloso mono y a qué estilista peluquero acudes, cuando en realidad estás vistiendo un camisón para dormir de una multinacional en rebajas y tu ondulado se debe al resultado de la suma de un pelo húmedo por falta de tiempo más un toqueteo constante de tus manos nerviosas…”
Esta situación nos hace reflexionar sobre la común tarea de confundir el estilismo con la elegancia. Si bien podremos escuchar que ser elegante y tener estilo es lo mismo, o que el ser elegante va unido al poder adquisitivo, hasta relacionarlo con la pedantería, podremos comprobar que con este ejemplo se muestra todo lo contrario.
De este modo nos aclara algo mejor el concepto de cada uno. Observando el ejemplo del texto, aclaramos que la elegancia se basa en una característica que posee dicha persona de ser, se habla de una virtud que se define en la forma de hablar, de comportarse, de caminar, de actuar… No tiene por qué ir ligado a una forma de ser ostentoso o tener un gran recurso económico.
Muchos pueden relacionar la elegancia con el refinamiento y cuándo se habla de alguien elegante, les viene a la mente, por ejemplo, una persona con un vestido recatado y un recogido perfectamente peinado con una actitud sobria, aun que no tiene por qué ser así, ya que como hemos leído en el texto, allá dónde llevas un simple camisón, la gente puede ver encajes y seda y una prenda de alta costura y llevar ese peinado accidentalmente húmedo y amoldado puede parecer la obra de un gran estilista. Porque en realidad, quién actúa sobre esa prenda eres tú mismo añadiéndole esa característica natural de ser elegante. En mi opinión, la elegancia y el estilo no significan lo mismo. El ser elegante no significa tener estilo. Ni el tener estilo ser elegante.
Sin embargo, el estilo no es una actitud concreta. En mi criterio el estilo nace de cada uno de nosotros mismos, es el código que dictamina cómo puedes ser, cómo puedes sentirte, puede mostrar tus ideales… etc. A través de él podemos ver nuestra confianza y tal vez nuestras inseguridades. Aun que el estilo puede adaptarse a muchas ocasiones, como por ejemplo: No es lo mismo ir vestido para ir a la oficina, que ir vestido para ir a hacer una excursión en la montaña. Así pues existen infinidades de estilos en la indumentaria, aun que en ese traje o en ese atuendo más deportivo siempre podremos ver rasgos de llevar el estilo a cada persona de una manera u otra, y eso es lo que nos diferencia. Para mí el “tener estilo” se trata de tener un carácter, algo que te personifica a ti y sólo a ti. El ser estiloso no se trata de una forma establecida de qué y cómo vestir, como por ejemplo el error común de confundir el que tener estilo es ir a la moda. Si no de ser uno mismo y convertir y amoldar la indumentaria a tu carácter y personalidad.
Escrito por Yaiza Verjano
Estudiante de CFGS Asesoría de Imagen Personal y Corporativa en Thuya Escuela